Sentado en una reposera verde, en la playa del Náutico, Pablo luego de cinco décadas de recorrerlo se puso a sacar cuentas de cuantas cuadras le tomaba el viaje desde su casa, hasta “ese”, su pequeño lugar en el mundo.
Sacó un ajado cuaderno espiralado y comenzó a garabatear un cuento de esa mañana de verano donde un juego sobre la balsa que flotaba en la parte poco profunda y una caída involuntaria al agua, paralizó el mundo para su padre que lo observaba desde la costa. Se vio siendo ese chico de 8 años y lo invadió la nostalgia…pero se reconfortaba diciéndose así mismo: es nostalgia, pero de la buena. Y luego de una hora tenía concreta la historia, con nombre y final.
Entusiasmado por esa combinación de felicidad y nostalgia, se permitió recorrer ese viaje de veinte cuadras a través de sus ojos y sensaciones a través de los años.
Entonces Pablo se vio otra vez, en los ojos de ese chico de 8 años.
Sentado en el asiento de atrás, justamente detrás de su padre, en el Fiat 1500 blanco, de tapizados color negro. Su madre en el asiento del acompañante y su pequeña hermana, también atrás junto a él. Aunque era un viaje breve, el vehículo era necesario para llevar las cosas para pasar el día. Salían temprano, en la mañana del domingo para conseguir un buen lugar para estacionar y una mesa cerca de la playa y de las parrillas, dominio de su padre.
Ese momento despertaba una alegría inmensa en el pequeño Pablo, la familia reunida y con ganas de pasar un día divertido. Salieron de su casa sobre la calle Juan B Justo y doblaban en Avellaneda, recorriendo el barrio de casas bajas. Solo par de cuadras y doblaban a la izquierda hasta llegar a un gran paredón de color blanco, detrás del cual asomaban árboles enormes y desprendían aromas penetrantes. Igualmente lo que llamaba la atención sobre ese lugar a Pablito eran las cabinas con ventanas pequeñas, que igualmente permitían distinguir hombres con cascos dentro de ellas. Pero por la inocencia de la edad, a las cuadras siguientes se enfocaba en otra cosa. Luego de otro par de cuadras llegaban hasta la avenida Rivadavia y volvían a doblar hacia la izquierda, ya con dirección al destino, pero antes, lo más emocionante. El terreno llano del barrio se cortaba y luego de pasar sobre unas planchuelas a modo de rejillas gigantes, la calle se transformaba en una bajada de empedrado, su padre dejaba de acelerar y soltando el volante hacia su gracia, dándoles a los niños el envión de la caída en una montaña rusa, que festejaban entre risas.
Llegar al Club y disfrutar de ese día de verano juntos.
Pablo vuelve por un segundo a la actualidad y descubre que ese preciso momento, fue lo que marcó que sea una persona que adora los días de sol y más si son de temporada en el club.
Ahora Pablito, se ve de 12 años. Montado sobre una mini bicicleta, usada, que su padre le había comprado con mucho esfuerzo, eran épocas de vacas flacas. El inicio de la independencia. Una copia de la llave de entrada a su casa, guardada junto a una toalla, un short de repuesto, la cedula, una sándwich de queso y el carnet del club. Todo eso cabía en el pequeño bolso Adidas color rojo que había comprado con lo sus ahorros de “mandados“, vueltos y algunos pesos recibidos por el día del niño o cumpleaños. Misma ruta, salir de casa, doblar en Avellaneda luego en Güémez hasta el paredón blanco, que ahora sabía que se trataba del perímetro del Arsenal de Artillería, donde jóvenes soldados, miraban inquisidoramente desde sus garitas. Seguir por esa calla y a las pocas cuadras ver que se elevaba un edificio de 15 pisos, donde su padre había invertido todos sus ahorros , incluido lo conseguido por la venta del Fiat. El 5to “D” algún día, próximamente se mudarían a la casa propia, pero tanto cambio lo asustaba, mas allá que seguiría yendo a la misma escuela y viéndose en el club del barrio con sus amigos y compañeros de equipo. Llegar hasta la avenida Rivadavia y al llegar a la barranca, prestar mucha atención, no solo por la bajada sino por el tránsito, ya que él era parte de la carrocería de su diminuto vehículo de 2 ruedas, pero la perspicacia de sentirse uno más en la calle le permitía ver en su descenso, las casas hermosas a la derecha y a la izquierda el Supermercado al que sus padres iban a hacer las compras cuando todavía tenían el auto. Mas adelante el campito, con cancha de fútbol de 11 y un gran ombú. Llegar al pie de la barranca y en un suspiro recorrer los últimos metros antes de la portería, para encontrarse con sus amigos de vacaciones.
Rápidamente llegaron los 20 años. Estudiar, trabajar y seguir con el deporte.
Pero tuvo sus frutos, el vehículo de 2 ruedas se agrandó. Luego que la mini le quedara chica a Pablo, luego fue una todo terrero y ahora, se había podido comprar una moto. Se bancó el rezongo inicial de su padre y disfrutó íntimamente cuando lo descubrió por primera vez usándola, para luego usarlo a su favor en alguna discusión.
El recorrido a su lugar favorito seguía siendo el mismo, si el mismo. La inversión en el departamento, no llegó a concretarse por los vaivenes económicos del país y el sueño de la casa propia para sus padres no llegó, pero marcó en la vida de Pablo un objetivo a cumplir para él.
Manejá con cuidado, era la recomendación diaria de su madre, que tampoco estuvo convencida al principio, con la compra de la moto…pero paseaba junto su marido en ella cuando Pablo se las dejaba un domingo por la tarde.
En primera hasta la esquina de Avellaneda, luego segunda, tercera y cuarta hasta la primera esquina. Luego un rebaje o dos, mirar y volver a acelerar. El viento en la cara, el sol bronceando sus brazos y piernas. El casco?? “el casco es para el invierno cuando hace frío” respondía Pablito. Además, en esa etapa de adolescente (casi joven adulto por las responsabilidades), el tema era, trabajar la autoestima y llamar la atención de los demás. Las 20 cuadras eran casi un tris para la Yamaha 125, además la barranca ya pavimentada era una tentación para el vértigo y la velocidad, sentir toda esa adrenalina y la sensación de inmortalidad. Un caballero andante en un brioso corcel.
Entonces la timidez poco a poco fue dando paso a la astucia y a la vuelta de esas tardes de verano junto al río, el encuentro en la cancha de volley, las rondas de mates entre chicos y chicas, motivaba a la propuesta con toda caballerosidad de llevar hasta su casa a la joven, que le generaba risas y suspiros. Fue correspondido. Entonces, el abrazo desde atrás, la cara apoyada sobre el hombro y los cabellos al viento, la risa cómplice y una viaje sereno, para llevar a destino sana y salva a su morada a la joven…
Los siguientes años fueron frenéticos y pasaron volando. La idea de concretar el sueño de la casa propia, que sus padres no lograron y el trabajo como prioridad, alejaron a Pablo de las relaciones sentimentales y de su lugar de tranquilidad junto al río. A punto de cumplir 34 años.
Cuando pudo concretar su vivienda justo a una cuadra de su hogar paterno y pudo afianzarse profesionalmente, ese deseo de independencia laboral lo llevó a probar nuevamente suerte en el comercio. Pero otra vez los vaivenes políticos – económicos, lo tiraban a la lona y a empezar de cero, o tal vez sería menos diez. Sumido en el desconcierto, puso en venta todo lo que era lujo, incluso su auto, para sostener su casa.
Lo único que conservó fue la cuota de socio en el Club, para volver a encontrarse después de años de no visitarlo habitualmente, con ese lugar que le daba la calma para pensar con claridad.
Y recorrió ahora ese camino hasta el Náutico a pie, con solo una mochila al hombro que contenía un equipo de mate y una radio como equipaje, para andar liviano.
Avellaneda hasta Güémez, siguiendo hasta el paredón del Arsenal, seguir por la vereda y ver ahora las garitas vaciás de soldados y descubrir un mural con los nombres de los vecinos que tras esos muros habían sido desaparecidos por el solo hecho de pensar distinto. La angustia se apoderó de Pablo al reconocer a algunos de los mencionados y que tal vez él, por tener un pensamiento propio tal vez, podría haber sido uno de ellos, si no hubiese sido solo un niño en esa época trágica que marcó una generación y un Pais.
Siguió caminando, día tras día de ese verano y cada vez fue descubriendo cosas nuevas.
Una vieja casa abandonada se transformaba en un hogar, donde un amigo y su esposa le dieron vida a esa construcción abatida y formaron un familia.
El edificio que iba a ser el hogar de sus padres, cambiaba de color.
La barranca, ya no contaba con el supermercado y el campito se había transformado en una cancha de rugby.
Las últimas cuadras eran bañadas por la sombra de los sauces de Circulo de Oficiales y el ingreso al club lo recibía con los aromas de los pinos.
Al final de ese verano, Pablo probaría suerte con algo de lo que había aprendido en su último trabajo para una empresa, pero de forma independiente. Parece que volver a ese lugar frente al río durante el verano, le dio la serenidad que necesitaba y sintió que una alegría infantil se apoderaba de su ser.
Los años siguieron pasando frente a los ojos de Pablo y fue recordando cada uno de los momentos importantes: los buenos y los malos, los alegres y los tristes, los triunfos y las derrotas.
Hoy sentado en una reposera verde, en la playa de su club Náutico, mirando como el sol cae a sus espaldas, con la vista en ese curso de río marrón, bordeado de un verde brillante de los arboles de la isla en la otra costa, con su cuaderno abierto en la hoja donde acababa de escribir un cuento y sobre el descansa la lapicera Bic azul, comprendió que ese viaje de 20 cuadras, solo 20 veinte cuadras lo llevaban a un lugar feliz. Pero le faltaba algo, entonces tomó su teléfono y llamo a su compañera (novia, amante, cómplice, todo eso) y luego de un breve saludo le dijo: “Sabes que de mi casa al Náutico hay solo 20 cuadras???”: “Ajá” respondió ella, restando importancia, solo porque sabía que molestaría a Pablo. Pablo, se desentendió de la chicana y continúo: “Acabo de escribir un cuento desde la mirada de mi viejo a una cosa que me pasó acá en el club cuando yo tenía ocho años. Querés que te lo lea??. “Daleee, nada me haría mas feliz que escuchar una historia tuya con tú viejo”….Ahora sí, esa emoción que recorrió a Pablo fue su lugar Feliz.
Fin