Para Pedro, el mundo se detuvo en ese instante.
Fue notar la situación y levantarse de su asiento, en las mesas del camping del Club Náutico Arsenal Zárate (Club Personal Civil para los de esa época), sobre la primera línea de árboles que bordeaba la costa de la playa, elevadas por un terraplén a más de un metro sobre el nivel del agua, desde donde veía a los chicos jugar en la parte baja de la playa… Y todo se paralizó a su alrededor.
Podía sentir el calor del sol, sobre su rostro sudoroso, en esa mañana de domingo de Enero.
Percibió que podía mover sus ojos, pero nada más.
Los giró hacia la derecha y vio el viejo vagón de tren, transformado en buffet, apuntalado sobre unos troncos para que no lo alcance el agua si crecía demasiado el nivel del río. Ve a una niña de la edad de su hija menor, que es alzada en brazos de su madre, para que la pequeña le alcance el dinero al señor a cargo del comercio, por el pago de las galletitas que acaban de comprar.
Luego, mira hacia la izquierda y ve el largo muelle de madera, sostenido por soportes de hierro y de baranda metálica, que divide la playa en dos. Ve los bancos también de madera a listones, pintados de rojo y clavados al camino del muelle. Entre su inicio, enclavado en la costa y el final, a la altura de la línea de boyas las cuales marcan que la profundidad del río es riesgosa para los bañistas inexpertos. Ve además en el extremo del muelle, sobre la parte profunda, a dos adolescentes decidiendo qué piruetas deben hacer para arrojarse al agua desde esa altura, a forma de trampolín.
Exigió su mirada más allá, hacia la izquierda, y vio casi a la altura del alambrado que separaba al Club de la Base Naval y amparado por la sombra de unos sauces añosos, un pequeño y rústico muelle de pesca. Ve a un abuelo y a su nieto, decididos a probar suerte con un par de cañas mojarreras y una lata llena de lombrices.
Ahora vuelve con su vista hacia adelante, directamente hacia la playa justo frente a la mesa donde hace instantes estaba sentado junto a su mujer, compartiendo unos mates amargos y unas criollitas con queso untable, porque la economía no da para comprar unas facturas de panadería y menos de confitería. Al lado de ella, su hija menor jugaba con una muñeca de cabello oscuro que le habían traído los Reyes Magos, días atrás.
Pedro mira hacia adelante…pero como no puede moverse, no quiere ver….
Minutos antes, en la balsa hecha por los operarios civiles del Arsenal, construida en su parte central por idénticos listones de madera de 5 metros de largo, que ocupaban 2 metros a lo ancho. Sobre las bandas, elevados a 10 centímetros de la parte central, listones cortados a exactos 50 centímetros de largo, estaban clavados en forma perpendicular a los del centro. Debajo de estos últimos, estaban sujetos 2 tambores metálicos, herméticamente sellados, por cada lado. Le deban flotabilidad a la embarcación, la cuál estaba anclada en la parte baja de la playa. Y los más pequeños bañistas la disfrutaban, usándola de trampolín, para zambullirse en aguas poco profundas.
Esa mañana de domingo, Pablo de 9 años, el hijo mayor de Pedro, se encontró con unos amiguitos de la escuela y decidieron tomar para Ellos, el control de la balsita.
Treparon y saltaron infinitas veces, desde el pontón al agua, para luego subir la apuesta, como hacen todos los chicos de esa edad, parándose sobre los bordes de la balsa, la impulsaban a moverse de lado a lado, hasta que alguno perdiera el equilibrio y cayera al agua.
Las gritos y el alboroto que hacían los chicos sobre la embarcación, los hacía ver como pequeños Piratas luchando por capturar un barco mercante…como en las películas que pasaban en la TV, los SÁBADOS DE SÚPER ACCIÓN.
Pero en una de las escaramuzas el vaivén de la balsa fue mas intenso, por las olas provocadas por un crucero de paseo, que navegaba muy cerca de la costa. La embarcación se sacudió de tal forma, que expulsó por el aire a los jóvenes corsarios. Los tres amigos de Pablo surgieron rápidamente del agua, luego del chapuzón…pero Pablito, que había caído por la banda que daba a la parte mas profunda, no salía a la superficie.
(Ese fue el instante preciso en el que Pedro, al notar ésto, se había parado de su asiento).
Ahora sí, Pedro desde la altura del lugar donde estaba parado, alcanza a ver el pie de su hijo, atorado entre dos de los listones de la banda y el resto de su cuerpo sumergido en el río, sin que sus amigos que se encontraban del otro lado de la balsa hacia la parte baja de la playa, lo pudieran ver para ir a ayudarlo.
Ese instante, que tal vez duró 5 o 10 segundos, se le hicieron eternos a Pedro, que mantenía la mirada fija en el piecito de su hijo aún trabado en las maderas y todo seguía como congelado y mudo a su alrededor, como su cuerpo que era una piedra inamovible. Entonces buscó fuerzas en lo más profundo de su ser, para salir corriendo al rescate de Pablito…cuando de pronto y con una destreza inédita, el cuerpo del chico se dobló sacando el torso del agua y con una de sus manos destraba el pie atorado y vuelve a caer al agua…pero esta vez, rápidamente, emerge y se trepa a la balsa, alentando a sus compañeros a continuar con el juego.
Pedro recuperó el aliento y gritó el nombre de su hijo: “PABLO!!!”
El niño, levantó la vista, que mantenía dirigida hacia sus amigos que aún intentaban trepar a la embarcación, para hacer foco en la figura robusta de su papá que lo miraba con los ojos sorprendentemente grandes, desde la costa. Pablito, sin entender la postura de su padre atinó a preguntar: “¿Qué Pá…ya vamos a comer???
Su padre, recuperando la compostura, le dijo: “No…no, todavía falta un rato…pero tengan más cuidado con la balsa, no se vayan a lastimar. Eehh”
Pablito respondió con un simple: “OK” y siguió en la suya con sus compañeros.
Pedro, volvió a sentarse a la mesa junto a su mujer y a la pequeña hija. Se cebó un mate mientras mantenía la vista atenta a los cuatro Piratas que seguían con los escaramuzas sobre el bote. Y reconoció ese momento que había vivido, como el instante preciso donde se “RECIBIÓ DE PADRE”.
Ya que ante la posibilidad que a su hijo le pasara algo grave, a pesar de su metro ochenta y sus 100 kilos, se sintió el ser mas frágil sobre la tierra.
FIN
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