La Palabra del Domingo
Rufino Giménez Fines-Sacerdote Rogacionista

Pisemos el acelerador
En este Domingo en el que celebramos Pentecostés, corresponde la lectura del evangelio de San Juan, Capítulo 20, versículos del 19 al 23: “Aquel mismo primer día de la semana, al anochecer, estaban reunidos los discípulos en una casa, con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: — La paz esté con ustedes. 20 Dicho lo cual les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21 Jesús volvió a decirles: — La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes. 22 Sopló entonces sobre ellos y les dijo: — Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Hoy celebramos Pentecostés, lo cual nos invita a reflexionar teniendo en perspectiva tres aspectos centrales de nuestra fe: en primer lugar está la Resurrección de Jesús, es decir, la victoria sobre la muerte carnal. Luego, su Ascensión, en la exaltación de Jesús como Señor del cielo y de la Tierra quien transmite la misión a los fieles; y finalmente Pentecostés, que es la acción de su Espíritu en la iglesia.

Dicho esto, podemos afirmar que el Espíritu Santo es el mejor don del Resucitado, que es el fruto ganado de la Pascua cristiana y por tanto, la manifestación de su plenitud que desciende sobre la comunidad y transforma.

El anuncio del Evangelio es siempre con la fuerza e intercesión del Espíritu Santo, por eso mismo provoca efectos de salvación, nos hace madurar en la fe, en la verdad y en el amor. En este sentido podemos citar la primera epístola a los tesalonicenses, donde San Pablo dice: “la Buena Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes no solamente con palabras, sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones”.

También podemos ir al Libro del Génesis y transportarnos al inicio del mundo, durante el cual el Espíritu Santo llenó de vida las aguas primordiales. Es el mismo que actuó en el anuncio del ángel y cubrió a la virgen María; el que llenó de vida y cambió radicalmente a la primera comunidad apostólica para difundir el Evangelio a la humanidad... y es en el Espíritu Santo en el que fuimos bautizados: nos iguala y hermana, nos hace solidarios.

"A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados” Estas palabras nos recuerdan la importancia de la reconciliación y del perdón. El Espíritu Santo nos anima a perdonar, a sanar nuestras relaciones y a buscar la paz en medio de los conflictos. Nos recuerda que no debemos cargar con rencores o resentimientos a nuestros corazones, que debemos reflejar el amor y la misericordia, lo cual supone conocer a Jesús, captar el espíritu y sentido de sus palabras y acciones.

“Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes. Reciban el Espíritu Santo”, nos dice. El Espíritu Santo, es el alma de aquella iglesia naciente, y la que hoy nos congrega a todos en la confesión de una misma fe. No es una mera figura poética, sigue actuando al enfocarnos en el aquí y ahora, al darnos la capacidad de orar, de sanar, de amar, de experimentar la certeza de que Jesús resucitado está en medio de nosotros, actuando en nosotros y con nosotros. Y es por eso que nuestra iglesia necesita y debe ser cada vez más pentecostal y por tanto carismática, siempre animada por María “la más llena del Espíritu”.

Tenemos que saber y hacernos cargo de que formamos parte de una iglesia que necesita del don de profecía, ser iluminadora en su mirada, templo del Espíritu Santo… dicho de otro modo: que se nos note por la paz, la alegría, la sinceridad, la unidad en el amor y la misericordia.

En el Evangelio de hoy, San Juan nos presenta al Espíritu Santo como un soplo de vida nueva y motor de la misión: vayan y prediquen, vayan y enseñen, todo en comunidad, nunca solos, en un mismo espíritu y con un mismo sentir. Por lo tanto, dejemos el encierro, demos testimonio, anunciemos y compartamos la paz que nos trae el Señor.

Dijo el Papa Francisco “El Espíritu de amor es el que nos infunde el amor, Él es quien nos hace sentir amados y nos enseña a amar. Él es el “motor” —por así decirlo— de nuestra vida espiritual. Él es quien mueve todo en nuestro interior. Pero si no comenzamos por el Espíritu, con el Espíritu o por medio del Espíritu, el camino no se puede hacer”.

En este nuevo Pentecostés, volvamos a girar la llave de contacto y pisemos el acelerador. Dejemos que el Espíritu Santo empuje nuestras vidas invocándolo antes de cada una de nuestras acciones. Confiemos y dejemos que nos guíe en nuestro andar para que podamos disfrutar su paz, alegría y poder transformador al iluminar nuestros pasos en el tránsito de una vida terrenal plena y trascendente que experimentamos cuando conectamos con la gracia de Dios.